Prohibido morir aquí -1971- Elizabeth Taylor
En las habitaciones traseras del hotel Claremont, las más económicas, se aloja un grupo de mayores, que pretende escapar de la soledad de hogares vacíos.
Quizás han elegido vivir ahí, porque aún se ven válidos y consideran que todavía no necesitan los cuidados de una residencia geriátrica; donde perderían su escasa independencia y los últimos gramos de dignidad.
En el tiempo externo de la novela pujan los sesenta, pero estos mayores viven engomados al mundo caduco de sus años más jóvenes: pertenecen a una clase media alta, surgida en la posguerra; ya en ruinas.
La Sra. Palfrey, la protagonista, es una de estos huéspedes. Viuda reciente, había conocido el hotel por el anuncio en un periódico. La primera vez que pisó el Claremont llovía con fuerza, era una tarde de invierno. No se trataba de un establecimiento de renombre, de hecho el taxista que la acompañaba no lo conocía. Con la ventanilla abierta y sacando la cabeza, sin soltar el volante, iba examinando todos los letreros de la calle. Eso inquietaba un poco a la señora Palfrey, que tampoco sabía dónde iba a meterse, pero se obligaba a fingir una serenidad que no sentía. Cuando lo localizaron por fin, la mujer suspiró aliviada, la impresión no era mala; pintura reciente, plantas en las ventanas y cortinas limpias. Vemos a la señora Palfrey entrar en el silencio del hotel con el apoyo de su bastón, peleándose digna con la puerta giratoria, acogida en una recepción correcta y distante.
La vemos llegar su habitación, cuando el portero que le ayudó con las maletas cerró la puerta, se sintió como “los presos la primera vez que los dejaban solos en su celda.”
La señora Palfrey por primera vez en su vida va a tener que decidir, tomar las riendas de su existencia. No es fácil para alguien que siempre ha vivido según el paso que le marcaban. Lo vive con cierta inseguridad, duda si habrá acertado o no en su elección.
La narración se muestra pródiga en detalles y maestría tanto en la descripción de los espacios exteriores que pisa la mujer, como en la pintura de los sentimientos de inseguridad que le aprietan dentro.
Las circunstancias que se describen podrían producir cierto rechazo, teñido de inquietud, entre los lectores que ven cerca la vejez. Incluso puede llevarte a pensar en dejar el libro, pero la calidad en la escritura de esta autora te mantiene sobre las páginas.
A la hora de la cena conoce el comedor y al grupo reducido de compañeros fijos, que se combinan a veces con unos pocos clientes ocasionales. Actúa acorde a lo que ve, lo que ha hecho siempre, y comienza su estancia en el Claremont, donde por muchas actividades que prevea nunca consigue rellenar el tiempo, que cae demasiado lento para los que cuentan muchos años.
Las relaciones que se establecen entre estos clientes fijos se colman de falsa tolerancia, egoísmo, rencor, indiferencia, disimulo. Viven como si estuvieran en una escena teatral y los estuviera viendo mucha gente. Son personas que esperan muy poco ya de la vida, que viven de recuerdos. Por parte del personal reciben un trato de aburrida indiferencia; el director en algún momento llega a hacer comentarios que nos resultan crueles, los siente como un estorbo.
La autora llega hasta el fondo de las diminutas vidas de estas personas que han aprendido a esconder las pequeñas vergüenzas de la edad y sobreviven como pueden en un mundo que los aparta. Han creado en el Claremont su microcosmos. Desde fuera de su reducido círculo llegan ecos de cambios. Pero quizás ellos se hallan imposibilitados para escuchar nada que no sea sus corazones maltrechos.
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La acción en esta novela crece entre dos caídas sufridas por la señora Palfrey. La primera, nada más empezar el libro, le procurará una provechosa amistad con Ludo, un joven que la auxilia; la segunda, hacia el final, arrastrará un desenlace inesperado.
Ludo le trae desde fuera lo que la señora Palfrey no encuentra en su propia familia: apoyo. Lo mismo que ella le dará al joven. Ambos se encuentran en un periodo de cambio y se sostienen uno a otro.
Con Ludo la autora nos acerca, a nosotros y a la protagonista, una porción de la vida que se agita más allá del Claremont: la gente, la calle, el amor que le florece, una madre egoísta, la escasez de recursos, la génesis de una escritura.
En realidad Ludo es el verdadero autor de la novela que estamos leyendo. Asistimos a los momentos en que se van escribiendo estas páginas que vamos pasando, percibimos cómo va creciendo el relato, los apuntes que toma el Ludo autor cuando está con la señora Palfrey, a la que convierte en protagonista de su obra.
Elizabeth Taylor completa aquí una magnífica creación de personajes. Junto a los residentes del hotel, vienen Ludo y otras figuras que van a ir apareciendo alrededor de los caracteres principales.
Una radiografía de la vejez salpicada de humor, ridículo, pesadumbre, vileza, sinceridad y realidad. Todo cabe en esta novela que demuestra la capacidad de observación de la autora y su habilidad para la escritura.
Es capaz incluso de convertir el Claremont en “el hotel de los líos”, cuando se confunda a un nieto verdadero con uno falso.
Sin embargo provoca más una mueca compungida que una risa.