El silencio más noble -2020- Susana López
Desde la primera vez que se encontraron, la reticencia envolvió a las dos muchachas. Lucía y Elvira iban a vivir en el mismo pueblo, pero sin cruzar afectos. Sus químicas se repelían.
Pasó algún tiempo, y una mañana, apenas amanecida, el infortunio las entrelazó en el lavadero. Desde entonces la soga de un secreto las ató para siempre.
Susana López Rubio ha querido explorar la guerra civil y la posguerra españolas desde una perspectiva femenina. Va siguiendo las pisadas de estas dos mujeres durante un largo periodo de tiempo; desde un alejado 1925, en el que sus miradas coincidieron, hasta 1978, cuando una de ellas murió.
El 25 de agosto de 1925 Elvira y Lucía se ven por primera vez. Elvira viene a instalarse a Ibaya. El carro en el que llega con su marido tiene que esperar hasta que le abran camino los alborozados que festejan al patrón. Lucía está entre ellos. Elvira nunca iba a perdonar tener que haber abandonado su tierra sin pan para vivir en un lugar donde se palpaba que no eran bien recibidos los que venían de fuera.
Susana López hace un bucle con el tiempo y nos muestra los primeros años de las vidas de las dos protagonistas: esculpidas en pedernal, con la resignación aprendida, sin temor al trabajo, poco comunicativas, obstinadas, obedientes. Mujeres forjadas en la penuria económica, intelectual y sentimental.
Ninguna de las dos gozaron de significación política o social; dos madres, dos esposas, dos mujeres que manejaron con decisión a sus familias y sus negocios. Desde la sombra muchas como ellas desempeñaron un papel esencial en la vida de este país.
Quizás podrían haber sido amigas si se hubieran parado a desearlo.
Son dos personajes bien trazados, complejos y profundos.
Otros caracteres se van engarzando con Lucía y Elvira durante este camino de días, meses y años. Sobre todos la italiana Renata, va a convocar momentos de gran tensión. Es un apoyo que aporta fuerza y vigor a la historia.
Ibaya, un pueblo ficticio de la ría de Bilbao, será espectador principal de muchos de los episodios que armarán la trama de estas vidas, a la vez nos dará un fresco vivo del País Vasco. También serán testigos privilegiados unas pequeñas localidades burgalesas o el espacio minero de Gallarta, Bilbao mismo o Portovenere en Italia.
Trabando hilos y manejando el tiempo, la autora construye un relato en tercera persona con, quizás, demasiadas anticipaciones sobre los hechos que vendrán. Alguna podría resultar útil para cautivar la atención del lector, pero tantas le roban cierta firmeza a lo expresado.
Una narración lineal que nos arrastra en la lectura. Incursiones hacia el pasado van conformando las estelas de los distintos personajes.
Es relevante aquí que detrás de esa primera historia brota una segunda, un impacto para el que lee. Surge desde un secreto que atará firme a las dos mujeres. Irá rozando sus conciencias y las nuestras. Se desabrochó en el lavadero, algo sucedió allí que nos tiñe todo el relato.
Aunque las dos mujeres se juraran que no participarían a nadie lo acontecido, alguien más lo iba a saber por boca de una de ellas. Esto supone un bache creativo en la verosimilitud del texto.
La historia avanza con los hechos que va cayendo entre las líneas del texto, unos sorprendentes, de ancha solidez; otros con una firmeza más reducida, porque son menos creíbles o porque, hueros, rompen la consistencia de la historia. Con todo, la autora llega a crear la expectativa necesaria para atraer al lector amable.
La autora estruja los duros momentos de la posguerra con sus carencias materiales y esas otras menos tangibles, que condicionaron sobremanera el crecimiento personal, sobre todo de las mujeres, esquinadas por las nuevas políticas y por la vieja prepotencia de los varones.
Unas páginas bañadas de realismo, apoyadas en sugestivos detalles de vida cotidiana, junto a otros de mayor trascendencia histórica. Muchos todavía salpican hoy en nuestras realidades. Era difícil, y riesgoso, arrancar comida de los estantes vacíos, escapar del rigor represivo de la autoridad, liberarse del yugo de la religión. La homosexualidad arrinconada en el margen, donde muchos acudían a buscar un alivio necesario. Las ideas y los sueños aplastados contra el silencio. Los represaliados cambiando sus carreras por humo.
Se creó un mundo sin colores, la calle se vestía de gris.
Las mujeres seguían sufriendo el machismo. Quizás esto fue algo que el nuevo régimen no trajo, solo conservó.
En las primeras líneas la autora se refiere a las bombas que iban a provocar dolor, destrozar, pueblos, casas, ciudades y monumentos, “pero sobre todo estaban programadas para barrer los sueños de un futuro mejor”.