El escarabajo -1982- Manuel Mujica Láinez
Una novela de escritura brillante, con contenidos dilatados, entre salpicaduras de humor e ironía. Un juego narrativo ocurrente, aunque quizás con una dosis un poco elevada de exhibicionismo creativo. Seiscientas páginas por las que se deslizan 3000 años de historia.
Refleja el texto, larga estela de testimonios, la mirada de un escarabajo egipcio de lapislázuli.
Cuando acariciamos la primera página, tocamos los primeros años del XX y navegamos por aguas del Egeo. El valioso insecto, engastado en un anillo, rodea el dedo anular de Mrs. Vanbruck, una millonaria americana, que viaja en compañía de un arqueólogo inglés y de un gigoló italiano. Mientras el primero llena sus días con conocimientos sobre las tierras que pisan, el segundo colma sus noches con caricias.
Espoleado por el alcohol y la superstición, Giovanni decide deshacerse del escarabajo, venero de la mala suerte, y lo tira por la borda.
Un inicio in media res.
Ahora la joya cae lenta meciéndose entre las aguas. En el fondo lo aguarda una estatua del dios Poseidón, que un lejano naufragio alojó allí. Ambos objetos disfrutan de un espíritu que la magia de un geniecillo les regaló, cuando yacían quietos en los talleres de sus creadores: pueden comunicar entre sí y a la vez, ver y sentir.
Fantasía y realidad se van codeando a lo largo de toda la novela. Es algo que le da un atractivo especial, sus capítulos son entonces como cuentos que destilan evasión, donde se entrecruzan descripciones minuciosas y personajes reales con otros construidos en la imaginación, reflexiones sobre la vida que muestran lo poco que hemos cambiado a lo largo del tiempo, siempre impulsados por iguales sentimientos.
La estatua relata sus pasos y le pide al escarabajo que haga lo mismo. Nos sumergimos a partir de ese momento en la acción de la novela, todo lo que le sucedió antes de caer en el Egeo.
El coleóptero nos mece desde ese momento en los hilos de sus memorias desde que, aún roca, llego a las manos de un orfebre que lo convirtió en un brazalete, regalo de boda, que la reina Nefertari no quitaría jamás de su brazo.
Convertido en anillo pasará después por muchos dedos hasta llegar al de Mrs Vanbruck, desde dónde se perderá en el mar. Pero de allí saldrá (lo sacarán) y esta historia terminará en un juego literario donde el propio autor se va a convertir en personaje.
El escarabajo va cambiando de épocas, pasa oculto larguísimos periodos, entre unas rocas, bajo tierra, en un río, en el mar. Se asienta en lugares relevantes o anónimos y engarza manos históricas o de desconocidos. Atenas, Aristófanes, el nido de unos insectos que lo confundieron con uno de los suyos, Roma, el anular de uno de los asesinos de César, el Tíber.
Lo encontramos entre unos zíngaros, en el olifante de Roldán. Sentía la sangre del que lo portaba. Tuvo cerca el talismán que Carlomagno llevaba sobre el pecho. Lo vería mucho tiempo después en la catedral de Reims, acompañando a Mrs. Vanbruck. El ayer y el hoy fundidos.
Convivirá con grandes héroes en Avalon y tendrá sus preferencias. Recorrerá Italia en manos de seres reales y de ficción. Algunos de sus propietarios no tenían para él el interés suficiente para aparecer en su crónica. Miguel Ángel lo llevaba en la mano mientras hacía un dibujo que reconoció, muchos años después, colgado en una pared.
En España ira desde Santillana del Mar hasta el Alcázar de Madrid, se moverá junto a reyes y a artistas. Desde ahí vuelve a Italia, más tarde Inglaterra, Francia, Buenos Aires, las islas griegas.
Durante tres mil años lo robaron nueve veces, lo encontraron otras ocho, estuvo en tres manos reales, fue regalado en multitud de ocasiones. Tres milenios de amor a una reina, la primera que lo poseyó. Un amor eterno, porque para él, que no es mortal, el tiempo no existe.
El tiempo ese pequeño dios que hace y deshace en nuestras vidas de humanos no afectará al escarabajo. Él vivirá para siempre, con largos periodos hundido en el olvido y otros siendo testigo de una extrema actividad.
De uno de los personajes dirá que contaba historias que hacían olvidar la monotonía de la vida real. ¿No es esto lo que hace Mujica Láinez?
“Calló nuestro visitante, y la habitación quedó fugazmente como suspendida en el silencio y aislada del resto del mundo”. Así nos sentimos los lectores después de cada final de un capítulo.
Las palabras te van envolviendo en una especie de tela melosa. Las frases, estiradas, te arrullan.