Los chicos de la Nickel -2019- Colson Whitehead
La novela parte de unos hechos reales, tan duros como despreciables, que el autor ha transmutado en radiante literatura, sin que eso le quite ni un pellizco de vigor a su condena al racismo, interminable de Estados Unidos.
El texto de Colson Whitehead está basado en la historia de un reformatorio gestionado por el gobierno de Florida, Dozier School, que funcionó durante 111 años y que se clausuró en 2011. Un lugar cuya crónica siempre estuvo ensombrecida por la sospecha de que allí se cometían graves abusos contra los muchachos que albergaba. Las innumerables denuncias realizadas jamás recibieron el apoyo institucional que merecían.
Colson Whitehead tenía la historia que quería contar y el lugar en el que se iba a desarrollar, ahora tendría que crear unos personajes con los que construir su trama.
El trasunto literario del correccional era la Nickel, y así se abre el prólogo de esta novela que lo retrata:
“Hasta muertos creaban problemas, los chicos.
El cementerio secreto estaba en el lado norte del campus de la Nickel, […]. Los urbanistas del parque empresarial habían reservado el terreno para hacer una zona de restaurante, con cuatro fuentes arquitectónicas y un quiosco de música para algún concierto ocasional. El hallazgo de los cadáveres fue una costosa complicación tanto para la empresa inmobiliaria […] como para la fiscalía del estado, […].”
Hacía poco que la Nickel se había clausurado, después de más de un siglo funcionando. Unos trabajos de edificación pusieron al descubierto el viejo cementerio, que los chicos residentes conocían como Boot Hill. En 2014 los alumnos de arqueología de la Universidad del Sur fueron los encargados de liberar los cuerpos enterrados, sus identidades.
Iba a ser difícil para las autoridades explicar aquellas fracturas, cráneos hundidos y costillares acribillados a perdigonazos. Pero iba a ser mucho más complicado justificar el estado de los cuerpos enterrados en la fosa clandestina que se descubrió allí cerca. Porque además de Boot Hill -así era como los muchachos llamaban a la necrópolis- la Nickel contaba con otro agujero donde esconder a sus muertos. Una de aquellos estudiantes, buscando cobertura para su móvil, destapó el infame hoyo, bastantes años después de que el primer niño fuera arrojado dentro, metido en un saco de patatas.
La Nickel albergaba niños blancos y negros, pero vivían totalmente separados en el trato y en el espacio. Todos estaban allí por delitos menores, casi todos por haber nacido en familias que no supieron, o no pudieron, ser la guía que un niño precisa para iniciar su vida.
Durante los últimos años se habían estado sucediendo las denuncias por parte de supervivientes negros del reformatorio, pero de la misma manera que se disparaban las acusaciones, caían al suelo como globos deshinchados. Los periódicos se hacían eco de ellas por un tiempo, demasiado corto. Algunos de los que fueron chicos negros de la Nickel se reunían anualmente, solo querían que sus injustificables padecimientos no quedaran impunes, aunque sí quedaron. Nadie les hacía caso, los tenían por unos infelices que se balanceaban entre un despecho agónico y la desesperación. Unos pobres diablos empeñados en mantener viva una causa perdida.
Pero aquellos cadáveres fueron apareciendo, como los ahogados que suben a la superficie, y dieron un impulso nuevo a sus quejas, tres años después del cierre del centro “anti educativo”.
Sin salir todavía del prólogo, leemos que uno de estos antiguos damnificados, vecino ahora de Nueva York, Elwood Curtis, nunca se había mezclado con estas acciones de protesta, “Por muchas razones […]”, se especifica.
Hasta llegar al epílogo no vamos a conocer cuáles fueron esas razones.
……..
Entre prólogo y epílogo el libro cobija tres partes más. Estas cinco divisiones constituyen la estructura de la novela. El trío de fragmentos centrales dibuja un círculo, un viaje mítico, el del héroe que se va haciendo, que cae y se levanta con esfuerzo y determinación.
Al final un giro inesperado y con mucho trasfondo constituirá el magnífico cierre de la novela.
Colson Whitehead ha creado dos personajes, Elwood Curtis y Jack Turner. Simbolizan dos actitudes frente al mundo: el idealismo y el pragmatismo, recuerdan a Don Quijote y Sancho. Todos guardamos dentro un poco de cada una de estas conductas, y actuamos impulsados por ambas, probablemente también Whitehead.
Las figuras cervantinas se van embebiendo el uno del otro, Sancho se quijotiza y Don Quijote se sanchifica. Esto mismo lo vamos a ver aquí.
Elwood vivía con su abuela desde que sus padres -incapaces de gobernar sus vidas- lo abandonaran cuando tenía seis años. Ella era una mujer realista, su vida le había mostrado ese camino. Cuando el Tribunal Supremo dictaminó la abolición de leyes segregacionistas y el niño le preguntó cuándo podrían ir los de su raza a los mismos lugares que los blancos “ella le respondió que una cosa es decirle a la gente que haga lo que está bien y otra que la gente lo haga.” Sin embargo fue ella la que le regaló a su nieto la grabación de un discurso de Martin Luther King, que le abrió al muchacho los ojos a un futuro de esperanza. Se hizo seguidor del activista americano y de su lucha pacífica por los derechos de los negros. Como él, tenía un sueño, que la mala fortuna quiso que un viaje en autostop partiera en muchos pedazos.
Era un chico querido en su entorno, inocente y crédulo. Su bautismo de vida recuerda algo al del Lazarillo de Tormes -a pesar de los siglos y leguas que los separan-, a Elwood no lo golpeó un ciego contra un toro de piedra, a él le engañaban, sin demasiada rudeza es verdad, en la cocina del hotel Richmond, donde, desde muy pequeño, acompañaba a su abuela durante su jornada laboral.
La bondad de Elwood acentúa nuestra rabia, cuando lo vemos ingresar en la Nickel, sin motivo.
Allí va a darse de bruces contra el desalentador día a día de aquella institución corrupta y maliciosa. Jack Turner, un reincidente en la Nickel, se iba a convertir en su referencia y sostén en el encierro, igual que Elwood se iba a tornar -lo veremos en ese cierre impactante- en una luz que aclararía las oscuridades del propio Turner.
Cuando concluyes la lectura, la trabajada portada te regala un detalle sutil en la sombra que aparece en el ángulo inferior derecho.
Las palabras, duras, de Colson Whitehead te desarman; quizás esto pueda ser una muestra:”Los chicos podrían haber sido muchas cosas si la Nickel no los hubiera echado a perder”. Los llevaban allí para que unos depredadores les enderezaran un camino que ellos no habían torcido. Lo más desalentador era la impunidad que se señoreaba entre los responsables.
Las palabras de Colson Whitehead caen en una cascada que no se detiene, te interpelan, te sobrecogen; y te animan, porque apunta que nuestro empeño puede romper el cristal que nos separa de lo imposible.