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El libro del placer en la cocina, en la mesa y en las historias entrañables.

Los misterios de la taberna Kamogawa -2023- Hisashi Kashiwai

Todos acuden a la taberna Kamogawa cuando desean recuperar el sabor de algún guiso que tomaron una vez, o que formaba parte de los hábitos de comidas en casa. Un alimento relacionado con un ser querido, porque se tomó en su compañía o porque era quien lo creaba en sus fogones.

“-¿Qué plato está buscando?

-La cuestión es que no lo recuerdo bien: estoy hablando de un plato que comí hace más de cincuenta años, y solo una vez –respondió Nobuko azorada.”

“Taberna Kamogawa, agencia de investigadores gastronómicos”. Así se anunciaba en una exclusiva revista culinaria.

Mientras leía Los misterios de la taberna Kamogawa recordé el artículo de julio pasado en Babelia escrito por Juan Carlos Galindo: Se ha escrito un crimen (sin vísceras): ‘cosy crime’, la nueva ola amable de la novela negra. Así lo titulaba.

El texto de Hisashi Kashiwai se encuadra en esta moda del crimen amable que está triunfando ahora en España. En este libro mucho más amable, si es posible, porque ni siquiera hay crimen, solo la resolución clásica de un misterio afable.

Galindo, gran conocedor de novela negra, describe en su escrito este “subgénero apacible del ‘noir’” –así lo denomina él- como: “Misterios protagonizados por una detective ‘amateur’, ausencia de sangre, humor socarrón y localizaciones idílicas.”

Los misterios de la taberna Kamogawa se deslizan en gran parte sobre esta estela, reúne 6 historias en las que se resuelve un enigma, el detective es un antiguo policía, refugiado hoy en los fogones de su taberna, ayudado por su hija Koishi. Una ausencia total de sangre, una sonrisa frecuente, pizca de sorna y un ambiente obsequioso que arrastra un vivo sentimentalismo.

La narración es reiterativa, los seis fragmentos se sustentan en la misma armazón. Nos sitúa siempre en Kioto, cada vez se precisa la estación, un cuadro somero, esmerado y afectivo. Pasamos por el invierno, el otoño, la primavera o la temporada de lluvias. El autor es sistemático.

“El restaurante estaba vacío: […] No vio a nadie, pero percibió un remanente de calor humano o algo así. No había duda de que aquella taberna era muy especial.” El establecimiento gozaba de la magia del lugar escondido, del espacio exclusivo para unos pocos escogidos.

Todos los demandantes de ayuda encuentran dificultades para encontrar la taberna, que no tiene ningún rótulo en la puerta. Todos han sabido de ella por esa revista, que no es una simple publicación sobre restaurantes, sino un producto riguroso donde se habla “con fundamento de la cultura culinaria”. El cocinero detective quería asegurarse de que solo vinieran clientes serios, no le interesaban las listas huecas de internet. Estaba convencido, además, de que solo los destinados a llegar hasta allí lo conseguirían. Todos son acogidos con unos suculentos platos elegidos y cocinados por Nagare Kamogawa, el alma de la taberna. Todos quedan extasiados ante sus cuidados logros.

De forma sistemática, pasan luego un buen rato con Koishi, la hija, ella les solicita que rellenen un formulario con datos y les pide información sobre el plato anhelado y las circunstancias. Anota cada detalle que consigue de sus respuestas para facilitar la tarea de su padre: confeccionar el sabor que le solicitan. Antes de llegar hasta la chica, todos pasan por delante de una pared donde se acumulan fotos, cada uno se detiene en una diferente y las respuestas sobre el contenido ayudan a engrosar datos sobre estos dos personajes.

La hija le pasa al padre los apuntes minuciosos y este amasa  las confidencias de los comensales, que anhelan revivir un momento fascinante, y en unos pocos días les devuelve lo que el tiempo borró.

La resolución del acertijo arrastra la lógica como herramienta. Se trata de deducciones inteligentes, aunque en gran medida inverosímiles, son más la respuesta a un problema numérico o a un jeroglífico de periódico diario. Más que la actividad de un investigador es la de un superhéroe, por todo lo que consigue en poco tiempo y por la suerte que le acompaña en sus hallazgos.

Se cierran con un cuadro ligero, construido con cierto humor, en el que padre e hija se preparan para una comida de resarcimiento por la tarea que llevaron a buen término. Pero antes, el usuario agradecido pregunta cómo pagar, la respuesta siempre es la misma: ingresando la voluntad en una cuenta. El valor de lo inmaterial es difícil de cuantificar, cada uno ha de ponerle su precio.

Recuerdan la seriación que nos encontrábamos en los casos de Agatha Christie, Jessica Fletcher o Arthur Conan Doyle, por citar solo a los más clásicos. Pero también esta estructura repetitiva recuerda el libro de El conde Lucanor; lo clasico subyace en la literatura como una corriente que lo inunda todo.

Cada fragmento lleva como título el nombre del plato, que identifica el enigma con el que Nagare se enfrentará.

La gastronomía japonesa, el amor por sus tradiciones en la mesa reluce entre estas páginas. La ceremonia del alimento supone ingredientes elegidos con exquisitez, presentados en servicios de materiales nobles que los ensalzan. Sobrevuela en cada página una cierta nostalgia de las viejas usanzas que se ven amenazadas por modas nuevas.

El libro deja en tu mente la idea de que la comida, sus ingredientes y  elaboración, junto a los ritos de su consumo son un arte y una destacable fracción de la cultura.

“La ensalada de calamar luciérnaga con algas «wakame» está aliñada con salsa «sumiso». Aquí tiene ternera de Omi guisada durante toda la noche y alitas de pollo rebozadas y fritas. En el cuenco de sopa, buñuelos «shinjo» de almejas y brotes de bambú, pero si lo prefiere le traigo arroz blanco. Puede repetir de todo.”

Unos personajes estereotipados participan de unas entrañables historias siempre relacionadas con la familia o con alguien que ya no está. Llegan a descubrir cariño donde suponían desdén. El gato Hirune, enigmático, siempre espera en la puerta a los recién llegados. Cada uno reacciona de manera diferente.

Cuando te das cuenta que la primera historia se acaba, es imposible no sentir una cierta decepción, un algo de desasosiego. Aunque vienen luego más relatos igual de amables. Pero hay algo más molesto, cuando se describe el despacho de Koishi o el propio local de comidas en los distintos fragmentos se repiten detalles de la decoración que el lector ya conoce del capítulo precedente, no se ha cuidado el encaje.

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