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El vendedor de pasados, Jose Eduardo Agualusa, novela

El vendedor de pasados (2009) Jose Eduardo Agualusa

“Nací en esta casa y aquí me crie. Nunca he salido. Al atardecer recuesto el cuerpo contra el cristal de las ventanas y miro el cielo.”

Este es el comienzo. Nunca he salido. Curioso, ¿no? Una situación poco frecuente: ¿Se puede vivir sin salir de una casa? Desde luego que sí, si uno es una lagartija que teme ser devorada al pisar el exterior.

Ella es la que va a narrarnos esta historia; unos hechos llenos de singularidad, de reflexiones sobre la vida y las personas, sobre la mentira, la identidad y la memoria; adornado con una fina ironía y un cierto desconsuelo por los males de aquel país.

“Yo lo veo todo. Dentro de esta casa soy como un pequeño dios nocturno. Durante el día duermo.” Así se expresa la lagartija, que pronto será conocida como Eulalio

Félix Ventura comparte la casa con ella, se trata de un negro  albino. Si la ausencia total de pigmento melánico es insólito en cualquier lugar del planeta, en África su exotismo se multiplica. Y esta novela se desarrolla en el continente africano, en Angola. Una Angola que padeció la colonización portuguesa, que se independizó tras una larga guerra y que se sumió más tarde en una honda contienda civil.

Toda esta situación la muestra el libro pero no de forma ostensible. La realidad se revela en forma de cortos brochazos, que adquieren una presencia mayúscula porque Agualusa desea evidenciar, denunciar  incluso, el pasado de su país.

Cuando nos asomamos a la escritura ese pasado aparece con la configuración de unos puntos fulgurantes que nos deslumbran allá al fondo, pero hay que entregarse para llegar hasta ellos, es como cuando miramos en un estanque y tenemos que afanarnos para descubrir los peces, que están ahí.

Descubrimos con sorpresa la ocupación de Félix cuando una noche aparece un extranjero a solicitar sus servicios: inventa pasados, trafica con la memoria, para emborronar lo que no queremos recordar.

Trabaja para la nueva burguesía angoleña. “Eran empresarios, ministros, hacendados, traficantes de diamantes, generales, gente, en fin, con un futuro asegurado. Lo que le falta a esas personas es un buen pasado…”

Uno de sus clientes vivirá como cierto el ayer inventado por Félix Ventura, y ahí el libro nos muestra la fragilidad de la memoria y de la identidad.

“El pasado es

Un río que duerme

Y la memoria, una mentira

Que cambia de forma”

Sé que muchos de mis recuerdos -de nuestros recuerdos- son falsos porque son reconstrucciones de lo que aparece desmoronado en nuestra memoria.

“La memoria es un paisaje contemplado desde un tren en movimiento.”

¿Las cosas son lo que parecen? No siempre. Nuestro protagonista es negro pero parece blanco, “…cada uno ve lo que quiere en el fugaz dibujo de una nube”.

Eulalio fue hombre en otro tiempo, vamos descubriendo –y rellenando a nuestro antojo- algo de su condición anterior; es como si quitáramos los nudos a una madeja de lana enmarañada. La verdad es un prisma con muchas caras, cada cual inventa la suya.

No puede hablar, solo se le puede oír cuando sueña. Mis sueños son, casi siempre, más verosímiles que la realidad”.

“Hay verdad, aunque no haya verosimilitud, en todo lo que un hombre sueña.”

Eulalio ha aprendido mucho de la vida y sobre este país de las pequeñas palabras que Esperanza murmura mientras limpia en la casa. La mujer reniega de los muros añadidos al patio porque son ellos los que fabrican a los ladrones. Para el narrador se ha convertido “en la columna que sustenta la casa”. La mujer enlaza la Angola de hoy con la Angola perpetua. Se siente inmortal porque en 1992 sobrevivió a un tiroteo en la casa de un político donde acudió: se salvó porque en la lista de ejecución quedó la última y a los asaltantes se le acabaron las balas. Las dos caras de la crónica de un totalitarismo: el horror y su reflejo esperpéntico.

En la novela hay más apuntes que grandes desarrollos narrativos, pero los distintos pasajes son muy sugerentes.

¿Los encuentros de José Buchmann y Ángela Lucía son meras coincidencias? No, ellos representan el sólido puntal de la novela.  El tema del libro se va aparejando con ellos.

Parece que estamos lejos de la cordura, pero entre estos hilos de aparente sinrazón encontramos mucha verdad.  La vida, la realidad también se puede contar desde el otro lado, desde el lado de lo insensato, de lo absurdo.

Hay mucho, mucho en esta novela corta, en cada rincón una o mil reflexiones. 

Este libro hay que leerlo de forma lenta, rastreando el fondo de las páginas, catando los nuevos sabores que Agualusa nos sirve. Son males de siempre, reflexiones antiguas, que él va filtrando entre las líneas.

José Eduardo Agualusa vuela  hacia lo irreal, lo inverosímil para conocer más de cerca lo real.

 

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