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El balcón en invierno

El balcón en invierno (2014) — Luis Landero

¿Qué hacer?, ¿dónde está en verdad la vida?, pensé, y me quedé así, dudoso entre las voces que llegaban de afuera y el rumor de las palabras escritas, que aún seguían resonando en mi mente. Con estas palabras termina el primer capítulo.

Un escritor en crisis decide abandonar la novela que está escribiendo y va a intentar buscar la vida en la calle, pero se da cuenta que realmente su vida está en la escritura, y se convierte él mismo en materia de una novela, indagando en su ayer y en el de su familia. Nos ofrece momentos amargos, entrañables, jocosos. Nos da detalles de un mundo que está desapareciendo, que ya solo se conserva en la memoria de los que lo vivieron o lo conocieron por el relato de otros.

En su novela, Landero rehace las líneas casi borradas del pasado, lo saca del pozo de la memoria y lo presenta como algo vivo.

En Landero escribir parece fácil. Sin embargo, escribir es una lucha, y él gana. Cuando lo lees tienes la impresión de que la escritura fluye sin esfuerzo. Sabe encontrar la imagen, la palabra precisa para hacer patente lo inasible. Largas enumeraciones, que embelesan, que no puedes parar de admirar mientras las recorres en el papel. Es encomiable la plasticidad que adquieren los rincones más profundos de la existencia en sus páginas. Hay pasajes que te atrapan, porque los sientes cercanos, porque te reconoces.

Dos frases me llamaron desde el libro mientras lo leía. Seguro que si lo leyera más veces serían otras, o no. Una: “Ayer fue un día que casi se quedó sin vivir”. ¡Cuántos de estos días podemos tener en la vida! Te preguntas sobre qué hice ayer y la respuesta es demoledora: no viví. Landero me lo ha descrito con 10 palabras. Contundente.

La otra fue: “En aquellos campos solitarios, por lo demás, ni siquiera pasó la guerra. Ni siquiera la guerra”. Esta es la Extremadura de la Guerra Civil, según lo que su madre le cuenta que vivió durante ese periodo. Es la desolación del que se siente oriundo de una tierra que es ignorada; no despreciada, no, peor: invisible.

Mientras leía este libro pensaba en los recuerdos. ¿Qué queda de lo que hemos vivido? Cuando me acerco a épocas pasadas de mi vida, algunas incluso no demasiado alejadas en el tiempo, e intento reconocer qué había por allí, no consigo ver muy claro al principio. Es como si después de venir de un exterior muy luminoso, entrara en una habitación en penumbra. Primero no veo casi nada, después, me esfuerzo, guiño los ojos y ya empiezo a distinguir algunas sombras. Unas veces se aclaran y otras permanecen totalmente opacas.

Los recuerdos convierten lo que fue en imágenes fijas o, a veces, en movimiento; pero sin vida: no hay sonidos, no hay olores; quizás sea eso.

Hurgo en un momento pasado, se descubre nítido. Aunque no estoy muy segura de si aquello realmente sucedió o se ha formado en mi interior de manera artificial.

Existe una memoria que te prestaron los que ya no están y que se mantiene muy fresca. Existen esos otros recuerdos, imposibles, porque los que se fueron se los llevaron con ellos.

Hay vivencias que uno desea olvidar, pero el cerebro, obstinado, las conserva. Hay otras que sí hubieras deseado mantener pero ya se fueron. Un día alguien te pregunta si te acuerdas de tal cosa. Y no, nada, un vacío en tu mente. Te apena.

El tiempo distorsiona lo sucedido. Cuántas veces hemos creído que algo se mantenía fresco en nuestra consciencia y, de pronto, otro que también lo vivió te muestra otra cosa: qué distinto era lo que recordábamos.

Realmente el ayer ya no existe, solo supone un reflejo, más o menos lejano, de lo que fue. Es como si alguien viniera detrás borrándolo todo y dejara unas pocas rayas en ocasiones apenas perceptibles. Reconstruimos lo que pasó a base de analogías extraídas del hoy, de lo que suponemos que  fue; a veces también de lo que querríamos que hubiera sido. Todo está sembrado de dudas.Y no le permito al olvido sembrar en mí la desazón: él forma parte de la vida.

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