La bastarda de Estambul -2009- Elif Shafak
Entre estas páginas se deslizan hechos y personajes empapados en la vivencia, la imaginación y la zozobra reivindicativa de Elif Chafak. Asuntos de gran robustez (como el genocidio armenio que enfrenta a los turcos con el otro pueblo en la diáspora) se emparejan con una gustosa y colorida gastronomía, evidencia manifiesta de un origen compartido.
Revueltas historias familiares van apareciendo, como un agua que se abre camino entre obstáculos.
La autora exhibe en su narración los lazos invisibles que unen hechos, personas y espacios. Destapa y articula una red de hilos que los amarra. Puede que por eso inicie su libro con estas palabras de la abuela turca: “No maldecirás lo que caiga del cielo. Ni siquiera la lluvia. Caiga lo que caiga, por helada que esté el aguanieve, jamás lanzarás blasfemias contra lo que el cielo nos tenga reservado.” La vida ya está escrita, no es casualidad.
Elif Shafak habla de acercar culturas y habla de identidad.
En este relato los límites se despliegan desde Estambul hasta California y Arizona. Espacios de contrastes, donde tradiciones y mitos conviven con la lógica y la razón.
Elif Shafak confecciona un tapiz sobresaliente con todos los cabos que ha imaginado, que ha conocido, que pretende denunciar. La veo trajinar con sus manos, notar la textura de las lanas. Superpone las hebras y, con el peine del telar, las ajusta despacio para que la escena concebida vaya surgiendo. Al observar de cerca el tapiz se van captando uno y mil detalles, encajados en la cotidianeidad de casas o ciudades, embutidos en los pasadizos de la historia y la política. Algunos muy escondidos porque no interesaba que les diera la luz.
En la lectura, un movimiento pendular nos lleva de Estados Unidos a Estambul; conocemos a dos familias, una armenia americana y otra turca. Cada cual instalada, firme, en su orilla, apegadas a su acervo.
Armanoush es hija de armenio y de americana divorciados. Por su abuela paterna, alma de la familia, siempre ha sentido un fuerte magnetismo por esa mitad de su origen. Estambul la reclama, allí nació la madre de su padre, y de allí se trajo hondos siglos de tradición que se cobijan en su interior. ¿Por qué vive en Estados Unidos?
Asya es la hija turca, a los ocho años escuchó de su abuela la palabra “bastarda”. Tardo un año en aprender su significado. No sabe quién es su padre. Y esto se convertirá en un destacado elemento narrativo en la novela. Lo sabrá, lo sabremos, con estruendo, al final. La tía Banu, la que guarda la semilla de las videntes de la saga, lo irá descubriendo. Desde pequeña supo que su familia no era como las demás, muchas mujeres y demasiados secretos, se dice en el texto en algún momento.
En su casa conviven bisabuela, abuela, madre y tres tías. Shafak excluye a los hombres de este grupo, generación tras generación, han muerto jóvenes. Todos salvo uno, Mustafá –el segundo esposo de Rose, la madre de Armanoush –. A él quisieron librarlo de esa especie de maldición mágica y misteriosa, y lo enviaron a realizar sus estudios a Arizona.
Pero le resultará difícil burlar al destino.
La madre y sus hermanas representan los dos mundos que confluyen en Estambul, oriente y occidente. En la casa modernidad y tradición se cotejan en armonía. Quizás como le gustaría a Elif Shafak que fuera la realidad que la circunda.
La familia del lado americano es también un matriarcado, con el elemento masculino algo desdibujado.
Elif Shafak recrea en su novela un universo de mujeres, ellas han sido tradicionalmente las guardianas de las costumbres, que se localizaban en el hogar, en sus fogones, en los cuentos y leyendas que referían. En el exterior los hombres eran los que regían. A la autora le interesa más el ámbito femenino porque lleva aparejada la salvaguarda de la identidad de la comunidad a la que pertenecen. Los pueblos se hacen con pequeñas briznas cotidianas, aunque lo que los defina sean los grandes hechos históricos, que tantas veces son como cartas que se juegan lejos de sus fronteras. Las personas pueden unir lo que el poder separa.
La narradora va enhebrando las circunstancias hasta conseguir reunir en Estambul a las dos jóvenes. La americana se va a instalar en la casa de Mustafá.
Ambas viven en un cierto exilio, porque no se integran en su entorno. El grupo familiar tira de ellas hacia otro sentimiento de pertenencia. Hasta ahora las dos, en sus respectivos países, se han refugiado en grupos de supuestos intelectuales. Los turcos desdeñan su propia cultura, los armenios no avanzan hacia la reconciliación, se parapetan en el victimismo.
Al día siguiente de su llegada, las dos buscarán la casa donde nació la abuela armenia. Ha desaparecido, nada queda de todo aquello. Quizás eso no sea una catástrofe, sino una realidad lógica en un mundo cambiante. Los que han vivido en sitios diferentes (Shafak lo sabe) traen prendidos muchas huellas, también las ciudades acumulan, como los sedimentos de un río, las pisadas de sus moradores.
Armanoush y Asya aparecen como una savia nueva, representan la idea de Shafak, que ve a Turquía –al menos cuando escribe este libro– como un ejemplo único en el mundo musulmán, un país islámico que camina hacia la modernidad, fusionando valores occidentales y orientales. Reivindica un Estambul bullicioso, hasta desordenado, con estampas en calles y locales que no se ven en otras capitales, que lo hacen único.