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La familia, novela, Sara Mesa, reflexionar

La familia (2022) - Sara Mesa

Libros como La familia gritan, pero como la sensibilidad auditiva no es la misma en cada persona, no todos escuchamos los mismos clamores. Así, como sucede con tantas novelas, la temática de esta resonará de manera diferente según quien la transite.

Después de leer La familia, queda la impresión de haber asistido a una representación teatral; a veces drama, a veces comedia, por momentos esperpento.

Un mundo inmediato, la vida de cada día, bullen detrás de la temática en los distintos papeles que los actores -los personajes de la novela- interpretan.

Estamos ante un espejo donde se reflejan nuestras vivencias.    

El artículo determinado del título sugiere que el concepto está considerado como algo general, y lo es porque esta familia, de apariencia tan peculiar, cuando ahondas, se manifiesta compuesta con los fragmentos de muchas de nuestras familias. No se refiere a realidades de periferias lejanas, de situaciones extremas; son las nuestras, las que nos rodean.

Nacemos amarrados a una familia y los lazos que nos unen serán muy difíciles de romper. Refugio y trampa se construyen con los mismos materiales. En la edad temprana casi siempre será un cobijo, más tarde podrá atornillar tu libertad.

Catorce apartados, curiosamente muchos de ellos podrían leerse como un cuento. El primero se presenta distinto a los demás tanto por su contenido como por su extensión, menor. Se titula La casa y en él destacan las invitaciones a indagar: “Mírala desde el ojo del sueño”. “No hay cerrojo”. “Arriésgate a entrar”. Finaliza así: “Mira con atención, pero no digas nada. Solo mira y aprende.”

En el cierre de la novela reaparecerá la mirada.

Cuando escribe, Sara Mesa parece que se hace preguntas, que busca respuestas; aunque no sé si las encuentra. A la vez arrastra al lector a explorar, lo mueve desde la duda a la aserción. La autora camina por espacios que no están definidos en los mapas, ella solo lleva la brújula de llegar más allá de lo aparente.

En una entrevista en Babelia Sara Mesa le asegura a Laura Fernández: Para mí, la ficción representa la vida tal y como yo la entiendo. No es una construcción paralela que la explica. Yo aprendo y profundizo en la vida a través de lo que leo y lo que escribo”. De ahí esas invitaciones a husmear, a hurgar de las primeras páginas de la novela.

La literatura puede aspirar a la representación, a la copia, de la realidad externa; o puede pretender plasmar la realidad del que escribe, como es el caso en esta obra.  Sara Mesa deja entrever también cómo funcionan algunos rincones de la existencia.

La novela está desubicada, se localiza en una ciudad media, con autobús urbano y centro comercial. En lo que se refiere a las fechas digamos que se mueve entre los últimos 50 años desde que lo padres se conocen hasta que la familia ya está compuesta por hijos adultos.

Desde su estreno como pareja “padre”, como se le identifica en todo el relato, arrastró a Laura, la madre, a construir el proyecto, su idea de familia. Él dirigiría al grupo con sus estrictos criterios, como un capitán que gobierna una nave.

No hay por qué dudar de que el padre guiaba a los cuatro hijos y a la madre con el convencimiento de que hacía lo correcto. Buscando solo el bien de los suyos le prohibía a Martina que tuviera un diario escrito en un cuaderno con candado, desaprobaba los secretos en casa porque nunca eran buenos. Aunque hiciera frío, no se podía encender la estufa, hasta tarde, defendía que había que endurecer el cuerpo para fortalecer el alma. Eran un hogar sin televisión, los regalos debían estar en la órbita de la utilidad. Sientes pena por esta madre y estos hijos: Damián, Rosa o Aquí, y la última en llegar, la nueva, Martina, que era adoptada.

Sabemos poco de las circunstancias de su adopción, algo se deja caer aquí o allí y es labor del lector interpretar, pero nunca hay certezas, tampoco son necesarias. Esto mismo sucederá en otros momentos del relato, valgan estos ejemplos: “Había asuntos en el pasado de Rosa –cosas problemáticas, de textura vidriosa- que era mejor no revelar.”  “Encontrarse con Paqui iba a ser recuperar también una parte de sí misma, de su pasado, que desconocía.”

A veces Sara Mesa nos brinda detalles aparentemente nimios –quizás los más relevantes para ella-, pero escatima otros que en otra obra representarían una trama pormenorizada. No es ese el deseo de esta autora.

Damián, Rosa y Aqui simbolizan a muchos hijos de muchas familias. A ellos se une Martina, el elemento desgajado del núcleo duro, es la única que hace preguntas, la única que cuestiona. Ella sentía que todos hacían lo que debían, no lo que querían, salvo el padre y el hijo pequeño. Marina, aunque niña, había visto que la vida podía tener dos caras.

Cada uno tenía que luchar a su manera por salir adelante en medio de aquel clan forjado en duro cemento.

El tío Óscar en su visita revuelve un poco el hormiguero, pero nada varía.

Cuando piensa en esos niños convertidos en adultos, los ve “sumisos en la superficie, pero agitadísimos por dentro”.

La novela sugiere explorar los caminos de la memoria, saber qué es conocer a alguien, aclarar si en algún momento nuestra misión es restablecer un orden justo –que quizás solo es el nuestro- o permitir al otro que haga su propia ruta.

La novela sugiere mucho más.

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