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Sorprendente , reivindicativa y llena de vida.

Insolación -1889- Emilia Pardo Bazán

La primera señal por donde Asís Taboada se hizo cargo de que había salido de los limbos del sueño, fue un dolor como si le barrenasen las sienes de parte a parte con un barreno finísimo; luego le pareció que las raíces del pelo se le convertían en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; […].

Hay que reconocer cierta decisión en Emilia Pardo Bazán cuando comienza así su novela, pintando con sutil agudeza una mujer con resaca. Una mujer de la nobleza, además: la joven marquesa viuda de Andrade. 

La novela empieza con la técnica narrativa in media res, no se empieza la historia por el principio, sino por la mitad. Una oportuna estrategia literaria para conseguir interesar al destinatario, mucho más que si el lector hubiera tenido que enfrentarse a un orden lineal, y especialmente, como es el caso aquí, si se empieza con una escena impactante, como es la descrita aquí.

Cuando la sirvienta se enfrentó a su señora en este estado, dictaminó insolación. Otra dolencia quedaba totalmente descartada en una dama como aquella. La marquesa apoyó como pudo el diagnóstico, le costaba articular el sonido más ínfimo. Pero la voz inflexible, su conciencia,  le pidió que fuera sincera consigo misma: había tomado más que sol el día anterior.

Qué sorpresa para el que lee.

Tiene la cabeza saturada de imágenes, entre ellas le araña la tortura de la confesión, cómo iba a explicar esto al padre Urdax.

Vuelve la vista atrás unas  horas y nos relata cómo llegó hasta este estado. Vemos que su vida ordenada se ha roto. Pero nada se le puede recriminar.

En la tertulia de su amiga, la duquesa de Sahagún, donde era asidua, le habían presentado a un agraciado joven rubio  y de ojos azules, el andaluz Diego Pacheco.

Asís Taboada, aunque hubiera querido, no podía quedar ajena a los encantos del joven. ¿Quién la puede culpar de eso? Hablando para sí misma se decía:Señor, ¿por qué no ha de tener las mujeres derecho para encontrar guapos a los hombres que lo sean, y por qué ha de mirarse mal que lo manifiesten (aunque para manifestarlo dijesen tantas majaderías como los chulos del café suizo)? Si no lo decimos, lo pensamos, y no hay nada más peligroso que lo reprimido y oculto, lo que se queda dentro.”

Toda una declaración de intenciones de esta autora, toda fuerza, saber, curiosidad y deseos de disfrutar.

Emilia Pardo Bazán tiene a la mujer como uno de los centros de interés en su obra, se revuelve contra la situación femenina en su época, víctima, como lo fue ella misma, de tal condición. La mujer que se quisiera respetable debía callar sus sentimientos, vivir encorsetada y fingir.

Algunos hombres también se sublevaban contra lo establecido, como el personaje de Gabriel Pardo, que podría recordar al padre de la autora, un hombre liberal que no le cerró ninguna puerta.

La escritora que se hizo a sí misma y que fue relegada por casi todos los grandes autores del momento, dibujó con maestría en esta novela a una mujer que vio, al menos esta vez, el otro lado del espejo, donde se podía querer y disfrutar.

Esta mujer vio, no miró. “Ver” no exige la voluntad que conlleva “mirar”. A Asís Taboada la llevaron a ese otro lado de la mano, sin apremio, sin presión, sin exigencia.

Por eso en el texto gobierna más el  tono amable -divertido, a veces- que el tono reivindicativo, que también está presente.

Ella sabe muy bien lo que le sucede con Diego Pacheco: “Lo que pasa es que me gusta, que me va gustando cada día un poco más, que me trastorna con su palabrería…, y punto redondo.”  No se puede ser más concluyente.

La joven viuda, que ha vivido siempre sumisa, obediente y pasiva, se deja arrastrar, con gusto, hasta las celebraciones en la Pradera de San Isidro. Un magnífico cuadro de gentes, colores y olores recorre el libro. Ningún miembro de su clase social se hubiera atrevido a bañarse en aquellas polvaredas, donde la necesidad y la pendencia hubieran herido su sensibilidad y su buen gusto. El Madrid del momento es el otro gran protagonista.

“Yo, a todo esto, más divertida que un sainete, y dispuesta a entenderme con las chuletas y el Champagne. Comprendía, sí, que mis pupilas destellaban lumbre y en mis mejillas se podía encender un fósforo; pero lejos de percibir el atolondramiento que suponía precursor de la embriaguez, sólo experimentaba una animación agradabilísima, con la lengua suelta, los sentidos excitados, el espíritu en volandas y gozoso el corazón.”

Pardo Bazán invierte diversos caminos narrativos, muy modernos, para plasmar las dudas de Asís Taboada, está luchando entre obrar muy en contra de los principios que han regido su vida y disfrutar de todo lo que el cuerpo y la sangre ofrecen.

Me gustaría destacar las ilustraciones de Irlanda Tambascio en esta edición conmemorativa del centenario de la escritora gallega. Son singulares, muy personales y nada amables. Tienen un trazo grueso que se diría inadecuado para el detalle, pero no, se reconocen todos los matices. Van intercalándose entre las páginas y reflejan la parte esencial del texto.

Ese colgantito que aparece en la portada, un corazón con una cerradura, y al lado su llave, une a la autora y a la ilustradora, ambas querían decir que Asís Taboada era la dueña del cofre de sus sentimientos.

 

 

 

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